Sí
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(A Ricardo Sepúlveda)
Tus lindos versos leí
y contesto sin retraso;
tú me preguntas: ¿Me caso?
Y yo te respondo: ¡Sí!
Si de una mujer amante
te llegas a enamorar,
Ricardo, no hay que dudar:
debes casarte al instante.
¿A lord Byron, que era un loco,
citas contra el casamiento?
Yo no te quiero engañar
con mentirosos consejos;
ven a verme: son reflejos
de la dicha de mí hogar.
Yo por el mundo corrí;
más después que me casé,
en mí casa me encerré
y al mundo ya no volví.
Y eso, Ricardo, le pasa
al que tiene esposa buena:
¿Quién busca mujer ajena
teniendo un tesoro en casa?
Confiesas tú ceguedad
porque no alcanzas a ver
“donde se halla la mujer
que da la felicidad”.
En el mundo, no lo dudes,
hay mujeres infinitas
amantes, bellas, benditas,
que cultivan las virtudes.
Mas no le elijas coqueta,
ni interesada, ni altiva;
busca una mujer que viva
como vive la violeta.
No lleves mujer al templo
de educación descuidada,
que no esté bien preparada
por su madre, en el ejempl.
No puede ser buena esposa
ni hacer feliz al marido,
la mujer que no ha tenido
madre honesta y hacendosa.
Para encontrarla, te basta
en cuenta siempre tener
mí sentencia: La mujer
como el melón: por la casta.
¡Ay del que el consejo olvida!…
¡Ay del que el consejo olvida!…
Si así quieres obtenerla,
la hallarás como la perla
entre la concha escondida.
¿Sabes que el lazo sagrado
que funde a dos en un ser,
del hombre y de la mujer
es el más perfecto estado?
¿Eso tu pluma escribió?
¿Qué más puedo yo decir?...
Nada tengo que añadir;
sabes tanto como yo.
Me revelas el deseo
que tienes de ser dichoso;
tú serás un buen esposo,
pues ya, casado te veo.
Quien piensa de esa manera
acredita que está amando,
o al menos, que está buscando
una dulce compañera.
Ya te contemplo embobado
la luna de miel pasar,
y con orgullo, llevar
del brazo a tú esposa al Prado.
Al verla en tú compañía,
tienen envidia al esposo,
y murmuras: “¡Soy dichoso!
¡porque esta mujer es mía!”
Pasa pronto un año y Dios,
que vela por tu fortuna,
un ángel pondrá en la cuna
que preparasteis los dos.
Aunque el te robe la calma,
besándole, en tú embeleso,
aprenderás que hay un beso
que es un suspiro del alma.
Sentirás nueva emoción
besando sus labios rojos,
y mirándote es sus ojos,
espejos del corazón.
Porque ese ángel, ese niño
que busca amparo en tus brazos,
estrecha tus fuertes lazos
y eterniza tú cariño.
Dirasme acaso, lo sé,
que habrá en tus gastos aumento;
más su amor te dará aliento
para trabajar con fe.
Invado el tiempo, y te miro
con tus chicuelos, que van
con tus chicuelos, que van
dando saltos a echar pan
a los patos del Retiro.
Sufrirás, como sufrí,
para hacerlos estudiar,
y tendrás que repasar
con ellos el quis vel qui.
Pero, en cambio, si algún día
alcanzan lauros de gloria,
gozando con su vistoria,
dirás: “¡Esa gloria es mía!”
Venturoso no has de ser
buscando falsos placeres
en el mundo y las mujeres.
Hé aquí todo: ¡tu mujer!
Esa mujer que te adora
se identifica contigo;
es tu amante y es tú amigo.
Después de muerto te llora.
Aprovecha la ocasión,
que es prudente mí consejo:
se llega muy pronto a viejo…
¡Ay del viejo solterón!
Yo, que digo la verdad,
te sirvo de testimonio
a favor del matrimonio:
¡Esa es la felicidad!
Esta es la respuesta de Teodoro Guerrero a la pregunta de su amigo Ricardo Sepúlveda... ¿Me caso?